Tras la derrota de la invasión napoleónica a Egipto, los cónsules generales de Francia (Bernardino Drovetti) e Inglaterra (Henry Salt) se convirtieron en fuerzas vivas del país. Al ser los representantes de las principales potencias europeas, tenían fácil acceso al jedive* de Egipto, quien les proporcionaba permisos para excavar y quedarse con los monumentos egipcios que encontraran. Así, cada uno de ellos reunió tres importantísimas colecciones de antigüedades faraónicas que acabaron formando la base de los principales museos de Europa.