Hoy estamos tan acostumbrados a ellos que no les prestamos demasiada atención, pero lo cierto es que no siempre fueron un objeto cotidiano. Hasta el siglo XVI, cuando empezaron a fabricarse de cristal con amalgama de mercurio-estaño, la capacidad reflectante de los espejos era muy limitada. Un estanque de aguas lisas ofrecía una imagen más nítida; pero, claro, no es algo de lo que se pudiera disponer a voluntad ni muchos menos práctico a la hora de adecentarse por las mañanas.
De modo que, durante toda la Antigüedad, como espejos se utilizaron sobre todo pequeñas placas de metal que se alisaban lo más posible antes de pulirlas hasta conseguir de ellas un reflejo bastante apagado. Esta dificultad en la manufactura y el precio del metal hacían de los primeros espejos verdaderos objetos de lujo, disfrutados por lo general sólo por personajes de alcurnia.
Algunos de los más antiguos espejos del mundo los encontramos a orillas del Nilo y consisten en láminas de metal redondas dotadas de un mango para mayor comodidad de sus usuarios. La superficie reflectante es una lámina de cobre, que a comienzos del Reino Nuevo, cuando los egipcios comenzaron a utilizar esta aleación metálica, más resistente y flexible, pasó a ser de bronce. Al ser un instrumento utilizado sobre todo a la hora de aplicarse afeites y maquillarse, los egipcios lo relacionaron siempre con la diosa Hathor, divinidad del amor, el sexo, la música, la embriaguez... Se explica así que en muchas ocasiones el mango del espejo tenga forma de columna hathórica, es decir, de aquella cuyo capitel está formado por una imagen frontal de la diosa con peluca y orejas de vaca.
Por otra parte, el principal atributo de Hathor son los delgados cuernos en forma de lira que le brotan de la cabeza y entre medias de los cuales podemos ver una imagen de Ra en forma de círculo, que es como se manifiesta en el firmamento. Y eso es exactamente lo que representa el círculo de metal reflectante, que no hace sino rebotar hacia quien está utilizándolo los rayos surgidos del dios sol en el firmamento. Por eso los espejos egipcios son representaciones de la diosa de la belleza. Uno de los mejores ejemplos de esta relación entre los espejos, la belleza y el erotismo la encontramos en el Papiro Erótico-Satírico de Turín.
En la escena IV vemos a la mujer protagonista sentada sobre un taburete, desnuda, mientras con una mano sujeta un bastoncillo con el que se pinta los labios y con la otra agarra el mango de un espejo y el tubo con color en el que ha sumergido el bastoncillo. En sólo unos minutos estará lista para encontrarse con su amante, pero antes habrá guardado el precioso espejo en una caja especial, como la que podemos ver en el Metropolitan Museum de Nueva York perteneciente a Kemeni (Reino Medio), con un compartimento superior para depositarlo bajo el cual un cajón deslizante contiene varios frascos con perfumes, ungüentos y maquillaje... Espejos y belleza formaban una pareja inseparable para los egipcios.
José Miguel Parra